miércoles, 20 de septiembre de 2017

Las violencias y las otredades

LAS VIOLENCIAS Y LAS OTREDADES*

Para tratar del tema de las violencias, en plural, puede ser útil partir de un concepto amplio de violencia como el elaborado por Edisson Cuervo Montoya, quien la entiende como:
[la] intervención directa de un individuo o grupo de éstos contra otro u otros, en razón voluntaria e intencionada del procurar daño o perjuicio, y con la finalidad de alcanzar, en los últimos, modificaciones de sus conductas o posturas individuales, sociales, políticas, económicas o culturales. Teniendo claro además, que ella también puede presentarse bajo manifestaciones simbólicas o psicológicas que de igual modo reconducen las conductas de los receptores pasivos de ella.[1]
Este es un concepto amplio, muy útil porque no se limita a la violencia de un individuo contra otro ni a la utilizada en la agresión física, sino que permite incluir la ejercida por o contra grupos y a las simbólicas y psicológicas. Es útil también porque incluye tanto aquellas consideradas legítimas como las que no son tomadas como tales o que no se puedan justificar.
Sin embargo, los ámbitos en que se ejerce la violencia van mucho más allá de esos y para verlo así, basta con mirar la realidad en su más amplia expresión, con las acciones que realizan algunos grupos humanos, los poderosos del mundo, contra la naturaleza y contra el planeta mismo, como ocurre con la extinción de especies completas o con la destrucción de la capa de ozono o con los planes que presuponen la intervención en el clima global, lo que se haría por medio de la geoingeniería, o “manipulación a gran escala de los ecosistemas del planeta para cambiar el clima”,[2] sin medir las consecuencias que esto puede acarrear, y que pueden conducir a la extinción de la vida en el planeta, como puede inferirse del tipo de medidas que proponen, a cual más peligrosa en relación con el futuro, pues aunque permitirían solucionar un problema presente pueden provocar uno mayor posteriormente: bombardear con aerosoles azufrados la estratosfera para imitar una nube volcánica que desvíe los rayos solares (para bajar la temperatura), fertilizar masivamente el océano con hierro para absorber carbono, cambiar la química de los mares, crear cultivos transgénicos que reflejen más la luz del sol, blanquear nubes y otras por el estilo”.[3]
El concepto de Cuervo Montoya no permite incluir estos tipos de violencia ni otros en los que no se pretende modificar la conducta o posturas del sujetos o sujetos sobre los que se interviene, como la que ocurre con quien, más allá de cualquier modificación conductual o posicional del otro, pretende simplemente eliminarlo.

Necesidad de un concepto general y de una tipología mínima de las violencias

Haría falta, por consiguiente, un concepto que incluya a estas formas en que la violencia se puede ejercer y que son violencias porque el daño o perjuicio ocasionado en cada una de las víctimas o sujetos sobre los que se interviene es voluntario e intencionado. Entre ella habría que incluir también a la ejercida tanto contra seres humanos como contra animales, contra lo inerte y contra la naturaleza.
Además, es necesario incluir otros tipos de ella, algunos existentes solamente en el mundo de lo imaginario, planteados por la literatura y el cine, como aquellas a la que hace referencia La guerra de las galaxias, la película de George Lucas que refleja la violencia entre seres de galaxias distintas, o El planeta de los simios, de Pierre Boulle, que tiene como tema la violencia entre dos especies distintas en la tierra, los humanos y los simios.
En ambos casos se trata de una violencia que se satisface con el dominio ilimitado de unos seres por otros, basada en una otredad muy diferenciada por tratarse de entes provenientes de hábitats completamente distintos, a los que ni siquiera se les concede la menor posibilidad de considerarlos en condiciones de igualdad.
Sin embargo, pese a la radicalidad de la oposición entre los enemigos considerados en esos casos, hay otros todavía más extremos, donde la otredad no conoce fronteras ni concede límite alguno, otredad causada por una ajenidad todavía mayor y que puede considerarse absoluta y la más radical posible: la que deviene de la exclusión más completa concebible, la que habría entre seres cuya existencia presupone la extinción del otro.
Es lo que ocurre en La guerra de los mundos,  de H. G. Wells o en Alien, el octavo pasajero, de Ridley Scott –que tratan de la violencia entre dos especies provenientes de planetas distintos– o como Guerra mundial Z, de Max Brooks –que trata de la violencia entre humanos y zombies,
Este es el caso limítrofe porque si en cualquiera de los casos precedentes los objetivos de la violencia ejercida podrían considerarse cumplidos con la  consecución del dominio, por más grande que pudiera ser, en éstos ni siquiera el dominio más absoluto podría satisfacer los afanes del interviniente. La única forma de terminación de una violencia de este tipo sería la inexistencia absoluta del otro debido a que no es posible la convivencia, ni siquiera como dominación, sino que presupone el exterminio del otro. Se trata de una imposibilidad de convivencia por la incapacidad de convertir al otro en alguien apto para convivir con uno: no se podría convivir con quien se alimenta de uno –siempre y cuando se tenga conciencia de que se va a ser comido, pues de otra manera se estaría en el caso de los animales domésticos, que conviven con quien los alimenta para convertirlo a su vez en alimento.
Una violencia de ese tipo es todavía mayor que una más que haría falta considerar: la existente entre un depredador y su presa, porque si bien ésta quisiera vivir en un mundo en el que no existiera aquél, el depredador sí concibe un mundo en el que pueda convivir con la presa, aunque sea para poder sobrevivir devorándola; es más, la necesita como condición para su propia existencia.
Un tipo más de violencia a incluir en un concepto general sería el del daño autoinfligido, no incorporado en el concepto de Cuervo Montoya por hacer referencia a individuos o grupos distintos en el papel de agresor y agredido o, en sus términos, de interviniente e intervenido, en tanto en que en la autoagresión uno y otro son la misma persona o grupo.
La existencia de violencias de este tipo obliga a generar un concepto capaz de incluir a todas las formas en que se podría realizar y conceptos subordinados que puedan dar cuenta de cada una de las manifestaciones posibles de ella.
Esto da lugar a dos problemas. En primer lugar, establecer un concepto abarcador de toda la violencia y de cada uno de sus tipos. En segundo, establecer el criterio conforme con el cual podría establecerse diferencias entre los grados de violencia que es posible concebir.
Esto último, en el entendido de que más allá de los distintos tipos de violencia que es posible percibir, por el ámbito en que se realizan, como el económico, el político, el cultural, el moral o el psicológico, es posible distinguir distintos grados en la manera en que se ejerce. No es lo mismo exterminar por completo a un enemigo que solamente dominarlo o neutralizarlo. La violencia en cada situación es distinta.
Respecto del primer problema, el de la definición, se puede partir de la de Cuervo Montoya, quitando las partes que restringen la idea y decir que la violencia es una intervención de un individuo o grupo de éstos contra otro u otros o contra sí mismo, con el fin de procurar daño o perjuicio de forma voluntaria e intencional. Así los rasgos esenciales y siempre presentes de cualquier acto de violencia son el objetivo de causar un daño o un perjuicio y el carácter voluntario del acto. De esta manera, dentro del término violencia se pueden incluir todas las formas en que es posible ejecutarla y solamente aquellos actos en los que hay violencia, toda vez que no se incluiría aquellas situaciones en que, habiendo daño, éste no es intencional o aquellas otras en las que el fin de causar perjuicio no se convierte en intervención o en acto.
Respecto del segundo problema, el de los grados en que se puede concebir, habría que determinar, antes que nada, un criterio conforme al cual se puedan graduar los actos de violencia. ¿Cuál podría ser ese criterio?
Toda vez que la violencia implica daño intencional y que a mayor antagonismo el daño que se desea infligir es mayor es posible decir que antagonismo y violencia se encuentran íntimamente relacionados. De esto se deriva que los grados de violencia pueden depender del grado de antagonismo. 
Algo que puede acercar a la comprensión del grado de violencia entre dos oponentes, sean individuos o grupos o personas puede ser el grado de antagonismo existente entre ellas, de manera que es posible acercarse a la elucidación de los grados de violencia por medio de la investigación de los grados de antagonismo que es posible determinar.
Carl Schmitt, en su intento por hallar un criterio para determinar el contenido específico de lo político, encontró que la distinción amigo-enemigo podría ser considerada la base del ámbito de lo político:
[…] la distinción política específica, aquella a la que pueden reconducirse todas las acciones y motivos políticos, es la distinción amigo y enemigo […] En la medida en que no deriva de otros criterios, esa distinción se corresponde en el dominio de lo político con los criterios relativamente autónomos que proporcionan distinciones como la del bien y el mal en la moral, la de belleza y fealdad en lo estético, etc. […] El sentido de la distinción amigo-enemigo es marcar el grado máximo de intensidad de una unión o separación, de una asociación o disociación […] el enemigo político no necesita ser moralmente malo, ni estéticamente feo; no hace falta que se erija en competidor económico, e incluso puede tener sus ventajas hacer negocios con él. Simplemente es el otro, el extraño, y para determinar su esencia basta con que sea existencialmente distinto y extraño en un sentido particularmente intensivo.[4]
Pese a que él hacer referencia exclusivamente al antagonismo político y éste implica una relación exclusivamente entre seres humanos, es posible utilizar criterios afines a los suyos para determinar el grado de violencia que se puede ejercer contra otro u otros o contra uno mismo.
Para él, el enemigo es el otro, de manera que el antagonismo podría medirse, aunque sea cualitativamente, por medio del grado de otredad. De esa manera, por intermedio del concepto de antagonismo, puede establecerse un vínculo entre la violencia y la otredad. Mientras mayor sea la otredad, mayor será el antagonismo y mayor será la violencia ejercida contra él.
Esto puede hacerse más comprensible si se parte de que, según él:
“Los conceptos de amigo, enemigo y lucha adquieren su sentido real por el hecho de que están y se mantienen en conexión con la posibilidad real de matar físicamente”. La guerra procede de la enemistad, ya que ésta es una negación óntica de un ser distinto. La guerra no es sino la realización extrema de la enemistad.[5]
Aquí deja ver la existencia de un enemigo al que en sus términos se puede llamar óntico, basado en una otredad que hace posible quitarle la vida.
Cuando dice que “La humanidad como tal no puede hacer una guerra, pues carece de enemigo, al menos sobre este planeta. El concepto de la humanidad excluye el de enemigo, pues ni siquiera el enemigo deja de ser hombres”,[6] aunque niega explícitamente la existencia de un enemigo en nombre de toda la humanidad, deja ver tácitamente la posibilidad de un enemigo de esa naturaleza si se tratara de ser proveniente de fuera del planeta, lo que implicaría un grado de antagonismo superior a la del enemigo llamado óntico, porque si a éste se le considera como humano –pese a cualesquiera otras diferencias que le hagan ser consideradas un otro–, el proveniente del espacio exterior no compartiría ese rasgo.
En otra parte de su obra, en el corolario II “Sobre la relación entre los conceptos de guerra y enemigo (1938)”, hace uso del concepto “guerra total” para denominar aquella en la que no hay distinción entre combatientes y no combatientes,[7] lo que para él sería el extremo concebible de una enemistad.
Se puede avanzar un poco más adelante en esta dirección si se toma en cuenta lo planteado, a partir de la obra de Schmitt, por Iván Galíndez, quien establece una interesante diferenciación entre los grados diversos de amistad y enemistad que existen entre los extremos posibles de una y otra.[8]
Aunque igual que Schmitt, Galíndez hace referencia solamente a sujetos humanos y eso limita su aplicación a otros tipos de actores y antagonismos, su conceptualización puede ayudar en la determinación de los distintos grados de violencia, sobre todo si se conecta con el grado de otredad que es posible detectar en cada uno de esos grados y si a ello se agregan las consideraciones hechas párrafos atrás, referentes a la necesidad de incluir la violencia por y hacia actores no humanos.
Tomando como centro la situación de No amigo/no enemigo, Galíndez desarrolla una serie de conceptos orientada, por un lado en dirección de la amistad y, por otro, de la enemistad. Dado el propósito del presente ensayo solamente tomo en cuenta la segunda y dejo para otro mucho más amplio una reinterpretación completa del continuo existente entre ambos extremos. En cualquier caso, adopto la idea, aunque la adapto para que pueda aplicarse a un espectro mucho más amplio de antagonistas que los del ámbito político. En un primer momento señalaré las posiciones o fenómenos que es posible discernir de un análisis meramente conceptual, como situaciones claramente diferenciadas que pueden existir desde una perspectiva teórica, eminentemente abstracta, independientemente del nombre que se les pueda atribuir; en cada caso, la diferenciación la planteo, como lo hacen Schmitt y Galíndez, como establecida con base en un mandato o imperativo ético que señala los límites aceptables de la violencia que en cada caso se puede o se debe ejercer, es decir, de acuerdo a lo que se puede o debe hacer al antagonista. A continuación les asignaré el nombre que puede servir para denominarlos y diferenciarlos entre sí y de otros semejantes o parecidos. Esto, con el fin de asegurar primero la demostración de la existencia del fenómeno –lo que considero innegable– para después pasar a asignarle el nombre que propongo –el cual considero perfectamente discutible, dado que podría haber otros más adecuados.
Acorde con esto, en el centro de un continuo amigo/enemigo se encuentra el No amigo/no enemigo, caracterizado por su neutralidad, entendida como una otredad que implica la no pertenencia al grupo propio pero sin representar peligro ni competencia alguna, de manera que no hay un conflicto con el catalogado así.[9] A la izquierda de este sujeto neutral se encuentran las diferentes formas de amistad, caracterizadas por la pertenencia a algún grupo afín al propio, lo que implica alguna forma de yoidad,[10] en tanto que a la derecha se encontrarían formas diversas de antagonismo indicadoras de un conflicto basado en una otredad fundada en la disputa por algún tipo de recurso y caracterizadas por algunas formas de violencia utilizadas en dicha disputa; la contraposición puede ser real o supuesta, pues para la existencia de la rivalidad basta con que uno de los dos antagonistas crea que exista, sin importar que el otro tenga o no conciencia de competir o de que lo haga en verdad o de que lo haga al nivel que el otro cree o dice creer.[11] La relación con el No amigo/no enemigo es de indiferencia: contra él no hay violencia alguna porque nada le contrapone con el sujeto en cuestión. Cualquier acto de agresión contra él sería no ético. En este caso se trata de un sujeto que ocupa un nicho –ecológico, económico, social, político o de cualquier otra índole– completamente distinto al propio, de manera que no hay lugar para una competencia por algún recurso que requiera de su eliminación física o de la coerción física y ni siquiera para su utilización en cualquiera de sus posibilidades: como recurso consumible o como objeto de diversión –como ocurriría con las lagartijas o los pájaros para un niño que por diversión los mata con una resortera o con una piedra, aunque no haya ninguna razón para competir con ellos en ningún campo. Si se trata de una relación entre humanos se estaría ante la más completa indiferencia, a la manera de la relación entre campesinos que siembran su propia tierra y consumen sus propios productos en la más completa autarquía, sin la menor necesidad de intercambiar sus productos entre sí. La violencia de cualquier tipo queda descartada por completo de la relación entre ambos sujetos.
En la posición adyacente, la primera a la derecha, se puede colocar a un sujeto cuya otredad se debe a la relación, real o supuesta, de contraposición causada por la lucha por el control de algún recurso, lo que implica un cierto grado de competencia, pero sin que sea necesario llegar al uso de la violencia física, pese a las diferencias. Entran en esta posición aquellos sujetos cuya dominación puede reportar algún beneficio –la posesión, el uso o el disfrute de algún recurso material o simbólico, como el ejercicio de la autoridad o de la seguridad– pero cuya eliminación física no traería beneficio alguno o incluso representaría un perjuicio, aunque sea en el aspecto moral. En cualquier caso, para el uso del recurso en disputa basta con una dominación limitada, que no implica en absoluto la violencia física y la descarta por completo. El uso de la violencia tiene un lugar pero es limitado, porque se descarta totalmente la posibilidad misma del daño físico, utilizándose, cuando mucho, el amago y la violencia simbólica, entendida con Bourdieu como aquella en la que se regala algo para obtener a cambio agradecimiento, una obligación duradera y legitimar la dominación.[12] La norma fundamental que rige la relación con otro de esta naturaleza es la de “no dañarás” –lo que no implica que no haya daño alguno, toda vez que la dominación simbólica deja daños, sino solamente que no existe la intención o la conciencia de causarlo; si lo hay no es físico sino más bien psicológico. En cualquier caso, cualquier acción causante de daño es no ética. Entre humanos podría ejemplificarse este tipo de contraposición con la rivalidad deportiva, en la que el único efecto negativo o daño que se le pretende causar es una derrota meramente deportiva en la que aunque podría haber consecuencias económicas o de prestigio, no hay daño físico alguno. Puede ejemplificarse también con la que existe en la relación no patológica entre padres e hijos cuando hay diferencias en cualquier ámbito y con la que ocurre en la relación predominante entre correligionarios de alguna causa cuando disputan por divergencias de opinión o entre el ser humano y la naturaleza cuando se le usa pero considerándola como parte de un todo al que se pertenece y en ese entendido se le considera con derecho a existir sin daños y por esa razón se le cuida aunque se utilicen los recursos que contiene. A este antagonista se le puede considerar rival no dañable físicamente y la violencia utilizada contra él se puede denominar violencia sin daño físico. La rivalidad no depende en absoluto de la conciencia que tenga el antagonista de encontrarse en ese papel, pues de otra manera se consideraría en esa situación solamente a seres humanos, pero no a la naturaleza o a los animales.
Un poco más a la derecha, en segundo lugar, se colocaría a sujetos concebidos como otros o ajenos a raíz de la competencia, real o supuesta, por algún o algunos recursos y contra los cuales puede utilizarse la violencia física, con la plena conciencia de que se les puede ocasionar un daño físico, pero descartando por completo la posibilidad de provocarles la muerte. La disputa no puede ser exitosa sin la utilización de la violencia física. En la relación con el antagonista rige el mandamiento de “no matarás”, aplicable por más que sea grande el daño que se le pueda causar. En estas condiciones, cualquier acción destinada a matar o quitar la existencia del antagonista es no ética y lo es también cualquier otra que implique la posibilidad de que eso ocurra. Ahora bien, el mandato que ordena “no matarás” es relativo, distinto en su aplicación a un caso individual y a uno colectivo: si en el primero se prohíbe quitar la vida al individuo, en el segundo se impide quitar la vida del colectivo en su conjunto, lo que no significa que no se la pueda quitar a algunos de sus integrantes, como sucede en casos de represión selectiva, ejemplificada con la relación que los empresarios mantienen con los obreros, pues aunque pueden menospreciarlos y odiarlos y hasta eliminar físicamente a algún o algunos líderes, deben procurar su supervivencia como clase porque necesitan de su capacidad de trabajo: sin los obreros, ellos mismos dejarían de existir como clase; los obreros a los que podrían eliminar físicamente estarían en un nivel superior de antagonismo que el conjunto de la clase pero solamente como grupo o como individuos. Esta visión subyacía entre muchos de quienes en otros tiempos explotaban la naturaleza, respecto de ésta, cuando creían que eran inagotables los recursos de la tierra y que nunca se pondría en riesgo la existencia de la vida en el planeta. Se expresa también en la actitud de un experto en defensa personal cuando dosifica calculadamente el uso de la fuerza contra un adversario para evitar privarle de la vida, actitud que toma cuando es muy fácil dominarlo. En cualquier caso, se pude causar un gran daño, pero nunca quitar la existencia al antagonista. La relación que hay entre ambos se puede denominar de adversaridad y es la misma a la que, en el caso de sujetos políticos, Enrique Dussel denomina “enemistad óntica”, aunque puede ser más apropiado denominarle adversaridad, y adversarios a los sujetos colocados en esta posición, como lo hace Iván Galíndez para el mismo caso.[13] Esto porque el antagonismo que niega el ser puede considerarse propia de otra posición. La violencia ejercida en este caso se puede denominar violencia de adversaridad.
Más a la derecha, en tercer lugar, puede ubicarse a los sujetos con los que la contraposición y por consiguiente la otredad, se debe a la disputa, real o supuesta, por algún o algunos recursos no susceptibles de apropiación sin la utilización de la violencia física que puede poner en riesgo la vida o la existencia del antagonista o que, pese a que sí puedan obtenerse sin ella, se utiliza por la voracidad de la apropiación motivada por la ambición, por la competencia con otros sujetos que también pretenden apoderarse del recurso o por la negativa a dicha adjudicación. Aquí la eliminación física se considera posible pero no una obligación. En relación con él no opera el mandamiento de “no matarás”, propio de la adversaridad [14] sino una norma que podría decir “matarás solamente si está en riesgo tu existencia”, lo que implica solamente la posibilidad de la eliminación. En este entendido, cualquier acto dirigido a quitar la vida o la existencia al antagonista si no está en riesgo la vida propia es no ético. Si los sujetos son políticos, pese a que pueda ser muy aguda la contraposición y muy grande la violencia utilizada, no existe el propósito de exterminio y hay siempre la posibilidad de rendición toda vez que lo que se persigue es la dominación solamente y se descarta el exterminio debido a la existencia de cierta utilidad, aunque sea nada más la continuidad de la dominación. Este tipo de antagonismo se puede ilustrar con la relación prevista por el derecho positivo entre las personas en la sociedad actual, que ordena el respeto por la vida de cualquier antagonista cuando no está en peligro la vida propia pero autoriza quitársela cuando su agresión coloca en riesgo la vida del agredido. Sirve de ejemplo también la guerra entre las dos grandes potencias de la Guerra Fría, cuando una y otra evitaban la guerra atómica, la cual habría utilizado cualquiera de las dos solamente si hubiera vislumbrado que el otro estaba a punto de utilizarla o la habría utilizado ya. En la cultura popular puede ejemplificarse también, con la situación presentada en la Guerra de las galaxias o con la visión de la guerra propia del dirigente de los simios, César, el protagonista principal de La guerra del planeta de los simios, quien consideraba posible la coexistencia entre humanos y simios, aunque cada uno en su hábitat, separado del otro. En el ámbito político, la rendición implica la imposición de duras condiciones que buscan incapacitar al enemigo para convertirse en un riesgo y la creación de condiciones para que se convierta en parte de una comunidad con la que se puedan tener intereses comunes en diversos ámbitos en el futuro, para disminuir el riesgo de otra confrontación. A este antagonista se le puede denominar enemigo por dominio o enemigo parcial y a la violencia ejercida en ese caso se le puede denominar violencia de enemistad de dominio o de enemistad parcial porque busca la imposición de la voluntad propia pero sin plantearse el exterminio del antagonista como una necesidad.
En la siguiente posición, la cuarta y última, se encontrarían los sujetos cuya otredad es extrema, la máxima posible, por la disputa, real o supuesta, por algún recurso que no puede ser apropiado sin el exterminio del antagonista. La otredad se deriva de una mutua exclusión total, de la imposibilidad de la existencia simultánea de ambos antagonistas, de manera que la lucha contra él es la lucha por la conservación de la propia vida o existencia. El imperativo o mandato es tal caso es el de “matarás”, que expresa no la posibilidad de matar sino la obligación de hacerlo, mandato que resulta ético porque implica la conservación del máximo bien que se posee y que ha de protegerse: la vida. Es ético, por consiguiente, cualquier acto o acción encaminados a eliminar al antagonista. Es el antagonismo reflejado en La guerra de los mundos, en Alien, el octavo pasajero y en Guerra mundial Z, obras en las que los antagonistas no pueden existir mientras exista el otro y la única alternativa es el extermino del contrario, sin ninguna concesión. En el primer caso, el recurso en disputa es la tierra como un todo; en los otros, la vida de los seres humanos. Puede ejemplificarse también con la visión de la guerra propia del coronel que se enfrenta a los simios en La guerra del planeta de los simios, quien consideraba imposible la convivencia entre simios y humanos porque finalmente los simios terminarían por imponerse a los humanos convirtiéndolos en animales; en este caso, el recurso en disputa era la existencia de los seres humanos en cuanto tales, con su inteligencia y su capacidad de hablar, la cual se perdería de vencer los simios en la confrontación. Es también el que existe, por principio, entre los seres humanos y los virus mortales –por principio, porque en la vida real la guerra bacteriológica atestigua que más que exterminarlos se les pretende convertir en arma a utilizar contra otros adversarios, lo que implica someter a los virus al dominio de los poderosos. En un conflicto con estas características no hay la menor posibilidad de rendición. Un antagonista de este tipo es nombrado enemigo total por Iván Galíndez, nombre que puede ser adecuado y conforme con esto la violencia que se ejerce en ese caso se puede denominar violencia de antagonismo total, que se satisface solamente con el exterminio, con la eliminación del otro, de manera que es mutua la exclusión.
Habría, en resumen, cuatro posiciones relacionadas con la situación de antagonismo, todas dependientes del grado de otredad del antagonista: rival no dañable físicamente, adversario, enemigo por dominio y enemigo total. El principio ético aplicable ante cada uno sería: para el primero, el de “no dañarás”; para el segundo, “no matarás”; para el tercero, “matarás solamente si está en riesgo tu existencia”; para el cuarto, “matarás”.

La violencia como sistema complejo

Estas son las posiciones que es posible ver desde un punto de vista meramente teórico y en ese ámbito es posible diferenciar con bastante precisión cada una, pero en la práctica no ocurre lo mismo, dado que la relación no es solamente entre dos actores, los antagonistas, sino que inciden en ella multitud de factores que convierten la relación entre ambos en un sistema con propiedades como la incertidumbre, la inestabilidad, la autoorganización, la apertura al cambio, la dependencia del contexto, la emergencia de propiedades nuevas, rasgos propios de un sistema complejo.[15]
Al respecto cabe señalar que antagonismo, conflicto y violencia son fenómenos íntimamente relacionados ya que no existe antagonismo sin conflicto ni conflicto sin violencia de algún tipo, aunque sea meramente simbólica y psicológica. Si se parte de esto se comprende que la violencia, con la carga psicológica y de compromiso que mínimamente conlleva, produce inevitablemente cambios tanto en el agresor como en el agredido, cambios que llevan a que después del primer momento, los antagonistas no sean ya, en sentido estricto, los mismos que los del momento inicial sino otros distintos en varios aspectos, por la influencia de los acontecimientos y la valoración de la situación. Un enemigo que se mostraba muy agresivo podría ser mucho más cauto después de ver el resultado de su disposición anterior; uno muy cauto puede pasar a una posición ofensiva si tuvo éxito; en cada uno de los antagonistas podrían salir a relucir cualidades y defectos que estaban ocultos antes del inicio de una acción hostil. Si esto ocurre con el primer acto agresivo, con mucha mayor razón sucederá luego de varios movimientos de acción y respuesta, de manera que no puede determinarse con precisión cuál será el desarrollo de los acontecimientos, pues solamente se puede prever a grandes rasgos y con una gran inexactitud. De ahí se deriva la incertidumbre propia de todo conflicto, pese a la más precisa planificación que se pueda hacer de él; como lo dice una frase popular: las guerras se sabe cómo empiezan pero no cómo terminan. Por más hábiles que hayan sido los más grandes estrategas militares, nunca dejaron de experimentar los efectos de la incertidumbre y su derrota final mostró cuánta razón tenían para temer un resultado distinto al que habían preparado.
Por otra parte, la inestabilidad es una constante en el ejercicio de la violencia, dado que los más pequeños factores pueden causar grandes cambios y obligar a la introducción de cambios adaptativos por parte de los participantes en el conflicto, que, a su vez, pueden provocar nuevos cambios y así sucesivamente. Y no solamente hacen esto los factores que se encuentran bajo el control de los antagonistas sino los que forman parte del contexto y eso multiplica los elementos causantes de inestabilidad. Un antagonista puede actuar en un sentido que podría tener como resultado provocar que otros sujetos que hasta entonces habían permanecido pasivos se orienten en su favor. En presencia de un contexto explosivo, el más pequeño acto de violencia puede provocar un crecimiento exponencial del conflicto como se puede ver en el asesinato en Sarajevo del Príncipe Francisco Fernando en 1914, que dio origen a la Primera Guerra Mundial.
La apertura del sistema complejo formado por la violencia se muestra con la no permanencia de un conflicto en el mismo nivel siempre, por su paso a través del tiempo por diferentes tipos de antagonismo, en un desarrollo que lleva a que quienes no se proponían causar el menor daño a su antagonista –o a quien ni siquiera lo era– terminan en ocasiones por ejercer la violencia física que habían evitado durante mucho tiempo, como ocurrió con William Wallace en Escocia, como se muestra en la película Corazón valiente, de Mel Gibson, o como lo ilustra la canción El cobarde del condado, de Kenny Rogers.
La violencia tiene su propia dinámica, basada en la acción y la reacción que se encadenan de manera casi inevitable, de tal forma que no es tan fácil terminar una guerra como lo fue iniciarla. En términos de sistemas complejos se puede decir que la violencia tiene cierto nivel de autoorganización que puede llevarla a salir del control de sus principales antagonistas. En la primera conflagración mundial los antagonismos locales o regionales a las que obedeció el inicio del conflicto nada tuvieron que ver en el desenlace final. Cuando el antagonista es solamente un rival no dañable y, por consiguiente, se ejerce contra él solamente una violencia psicológica y simbólica, el efecto no se queda necesariamente en esos términos sino que puede llegar a ser igual de contundente que la de quien busca provocar la eliminación física, como sucede cuando la violencia psicológica, una agresión externa, provoca una autoagresión que puede llevar al suicidio. Incluso, si se toma en cuenta a Castoriadis, la violencia psicológica y la simbólica, formas inferiores de agresión, pueden llegar a convertirse en las formas extremas de dominación:
Si definimos como poder la capacidad de una instancia cualquiera (personal o impersonal) de llevar a alguno (o algunos unos) a hacer (o no hacer) lo que, a sí mismo, no habría hecho necesariamente (o habría hecho quizá) es evidente que el mayor poder concebible es el de preformar a alguien de suerte que por sí mismo haga lo que se quería que hiciese sin necesidad de dominación (Herrschaft) o de poder explícito para llevarlo a... Resulta evidente que esto crea para el sujeto sometido a esa formación, a la vez la apariencia de la “espontaneidad” más completa y en la realidad estamos ante la heteronomía más total posible.[16]
Entre diversos elementos que conforman el sistema se forman redes que los conectan, de manera que hay dependencia mutua de todos y entre ellos hay algunos que son claves y forman nodos por los que circulas grandes flujos de datos e informaciones de todo tipo, así como recursos muy variados, como económicos, políticos y simbólicos. Esto puede verse en las posiciones claves que algunos personajes o instituciones llegan a desempeñar, como ha ocurrido con los líderes de los grupos en pugna, que pueden orientar en uno u otro sentido a los antagonismos, ya sea para mantenerlos en cierto nivel o para llevarlos a otro, con una profundización o con una disminución de las contraposiciones. De ahí los esfuerzos estatales por eliminar a algunos personajes involucrados en algún tipo de violencia, como ocurrió con el asesinato, junto a Rubén Jaramillo, de su esposa, quien podría haber tomado el mando si solamente se hubiera eliminado a Jaramillo. A veces desactiva, sin asesinar, a algunos personajes, con el fin de permitir la colocación en posiciones clave de otros capaces de desactivar el conflicto, como hizo al detener al doctor Mireles para poder controlar a las autodefensas michoacanas.
Durante el desarrollo de la violencia surgen o emergen propiedades o fenómenos novedosos, como el surgimiento de liderazgos populares encaminados a una transformación social en los conflictos que no tenían un contenido social en un principio y que sus impulsores pensaban que podían mantener bajo su control, como ocurrió con el zapatismo durante la Revolución Mexicana, fenómeno que no pudo controlar el maderismo, detonador del estallido que se convirtió en el levantamiento popular generalizado de 1910 contra la dictadura porfirista. El fenómeno de emergencia puede ilustrarse también con el surgimiento de la Revolución Rusa de la Primera Guerra Mundial o con la creación del llamado campo socialista después de la segunda o con el surgimiento del nazismo a partir de la violencia económica de las condiciones impuestas a Alemania por los países vencedores en la Primera Guerra Mundial.
En el caso más alarmante en la actualidad, de la violencia ejercida contra la naturaleza durante tantos siglos se ha derivado el riesgo actual de la desaparición de la vida en el planeta, situación que ilustra que esa violencia dio origen a un sistema complejo que está en grave riesgo de llegar a su fin y que está arribando a su punto de bifurcación más allá del cual podría no haber nada parecido a lo que conocemos como nuestro planeta. Los poderosos del mundo, aunque no sean los mismos sujetos individuales, pasaron, como clase, de los grados inferiores de la violencia contra la naturaleza al grado máximo y ahora la ponen en riesgo, al guiar sus acciones abiertamente por el mandato de “mataras”, que conduce al exterminio de la vida a nivel planetario.

La lucha contra la violencia, otro sistema complejo

Si la violencia forma un sistema complejo, otro igual se constituye en la lucha por detenerla, toda vez que tendría que haber una interacción con cada uno de los factores que le hacen existir, lo que le convierte en un sistema con un mayor grado de complejidad.
Esto se puede ilustrar con la acción de las autodefensas michoacanas para eliminar el narcotráfico de sus comunidades. Iniciada como un esfuerzo en el que participaron muchas personas que en verdad deseaban expulsar de la región a los cárteles mediante una lucha independiente respecto del Estado mexicano, en el que no confiaban por la colusión de muchos funcionarios, militares y policías, terminó transformada por completo, al grado de llegar a la conversión de las unidades autodefensivas en parte de las fuerzas represivas de las que tanto recelaban y a verse involucrados muchos de sus miembros en la actividad que combatían; todo bajo el influjo de los diferentes factores que se fueron incorporando al proceso y a las distintas interacciones a que fueron dando lugar. La lucha contra la violencia contra la población se convirtió en otro tipo de violencia también contra la población.
Otro ejemplo, igualmente ilustrativo es el de la lucha que desde la democracia liberal se ha emprendido desde hace mucho tiempo contra la criminalidad y la violencia que conlleva. Iniciada en defensa de las libertades afectadas por la presencia de la delincuencia, ha terminado por buscar la legalización de la pérdida de libertades con la creación del “derecho penal del enemigo”, que tiende a la privación de la condición de personas a seres humanos, lo que era inconcebible bajo el predominio del “derecho penal del ciudadano”. Bajo éste existe una diferenciación muy clara entre “enemigo” y “delincuente”: a éste se le considera ciudadano y se le respeta su condición de persona y los derechos que como tal le corresponden, en tanto que el enemigo, al no ser ciudadano, no se encuentra protegido por estos derechos. Bajo el “derecho penal del enemigo” se despoja al delincuente o al opositor al Estado o a quien éste decida, de sus derechos de ciudadano y, por lo tanto, de persona, y se le pueden aplicar formas de coacción no reguladas por el derecho.[17] Esto le coloca en una situación semejante o muy parecida a la de los no humanos, considerados en el extremo de la otredad. La lucha por la libertad llevó a la pérdida de libertades.
Algo similar ocurrió durante la conquista y la colonia en América, cuando bajo el pretexto de llevar la verdadera religión y la civilización a los nuevos territorios colocados bajo el dominio europeo se les negaba la calidad de seres humanos a los nativos americanos bajo el argumento de que no tenían alma. A su vez, la lucha contra esa discriminación por parte de algunos de los misioneros españoles se hizo desde una posición sumamente paternalista y a veces contradictoria, al considerar a los indígenas como menores de edad y en algunos casos no incluía la defensa de los negros.
De estos casos se desprende no solamente que la lucha contra la violencia da lugar a un sistema complejo, sino también que la lucha contra la violencia no puede ponerse o dejarse en manos del Estado, el responsable de las más grandes manifestaciones de la violencia y comando supremo de todas las alienaciones,[18] que aprovechará la menor oportunidad para corromper y pervertir los más nobles fines, acorde con sus intereses como institución y a los de sus integrantes como individuos. Tampoco puede dejarse en manos de instituciones ligadas al Estado por los lazos del poder porque los resultados son generalmente adversos a la población o muy limitados en el mejor de los casos.
Habría, sin embargo, que reconocer que en algunos Estados progresistas se han erogado leyes encaminadas a proteger de la violencia a quienes nada pueden hacer por defenderse ellos mismos, como la naturaleza y la tierra misma. Esto ocurrió en Ecuador, donde en su Constitución se contempla el derecho a la existencia de la tierra así como el mantenimiento y regeneración de sus ciclos vitales, estructura, funciones y procesos evolutivos; se contempla también el derecho de la naturaleza a la restauración, así como medidas para restringir las actividades que puedan conducir a la extinción de especies, a la destrucción de ecosistemas y a la alteración de los ciclos naturales.[19]
En cualquier caso, lo más conveniente es que las comunidades tomen en sus propias manos los asuntos relacionados con la violencia, como ocurre con las policías comunitarias, hasta el momento, la mejor solución al problema de la violencia.

BIBLIOGRAFÍA:
Castoriadis, Cornelius. 2005. Poder, política, autonomía, en Christian Ferrer (compilador), El lenguaje libertario. Antología del pensamiento anarquista contemporáneo. La Plata: Utopía Libertaria.
Asamblea Nacional. República del Ecuador. Constitución de la República del Ecuador.  <http://www.oas.org/juridico/pdfs/mesicic4_ecu_const.pdf>. (Fecha de la consulta: 19 de julio de 2017).
Cuervo Montoya, Edison. 2016. Exploración del concepto de violencia y sus implicaciones en educación, Política y Cultura, No. 46. 77-97.
Fazio, Carlos, Carlos Fazio. 2016. Estado de emergencia. De la guerra de Calderón a la guerra de Peña nieto. México: Editorial Grijalbo.
Fernández J. Manuel. 2005. La noción de violencia simbólica en la obra de Pierre Bourdieu: una aproximación crítica”, Cuadernos de Trabajo Social, Vol. 18: 7-31.
Galíndez Ortegón, Iván Felipe. 2014. Tesis de licenciatura. Universidad Nacional Autónoma de México.
Martínez Miguélez, Miguel. 2011. Paradigmas emergentes y ciencias de la complejidad, Opción, vol. 27, núm. 65, (septiembre-diciembre): 45-80.
Ribeiro, Silvia, La geoingeniería y los dueños del planeta,  La Jornada, 18 de junio de 2011.
Schmitt, Carl. 2009. El concepto de lo político. Madrid: Alianza Editorial.
Silva, Jacobo. 2017. Los rasgos esenciales del Estado. Chilpancingo: UAGro.



* Ponencia presentada en el coloquio “Violencia, complejidad y alternativas” el 8 de septiembre de 2017 en la Universidad Autónoma de Guerrero.
[1] Edison Cuervo Montoya, “Exploración del concepto de violencia y sus implicaciones en educación”, Política y Cultura¸ No. 46, (2016), 84.
[2] Silvia Ribeiro, La geoingeniería y los dueños del planeta,  La Jornada, 18 de junio de 2011.
[3] Silvia Ribeiro, La geoingeniería y los dueños del planeta.
[4] Carl Schmitt, “El concepto de lo político”, (Madrid: Alianza Editorial, 2009), 56.
[5] Carl Schmitt, “El concepto de lo político”, 63.
[6] Carl Schmitt, “El concepto de lo político”, 63.
[7] Carl Schmitt, “El concepto de lo político”, 138.
[8] Iván Galíndez Ortegón, Deconstrucción de la amistad y enemistad políticas. Aporte conceptuales para una teoría crítica de la asunción de la enemistad política. (México: UNAM, 2014).
[9] Otredad se entiende aquí como la ajenidad, es decir la no pertenencia al grupo propio.
[10] Yoidad se entiende aquí como la pertenencia a algún grupo afín, lo que implica la pertenencia a una comunidad mayor que se reconoce como afín en algún grado al sujeto en cuestión. Habría, por consiguiente, distintos grados o amplitudes de yoidad, en dependencia del factor que se tome en consideración. Si se habla de seres humanos, el grado mínimo sería el de humanidad y el máximo el de la individualidad. 
[11] Entre seres humanos es común que se le atribuya al otro intenciones que no tiene o que se aumente artificialmente la peligrosidad que representa, con el fin de justificar la agresión contra él.
[12] J. Manuel Fernández, “La noción de violencia simbólica en la obra de Pierre Bourdieu: una aproximación crítica”, Cuadernos de Trabajo Social, Vol. 18, (2005), 9.
[13] Este autor considera solamente tres posiciones en dirección de la enemistad: la adversaridad, regida por el mandato de “no matarás”, la de enemistad política, regida por la posibilidad de matar, pero sin la obligación de hacerlo, y la de enemistad total, regida por la obligación de matar. Iván Galíndez Ortegón, Deconstrucción de la amistad y enemistad políticas. 127.
[14] Iván Galíndez Ortegón, Deconstrucción de la amistad y enemistad políticas. 127.
[15] Miguel Martínez Miguélez, “Paradigmas emergentes y ciencias de la complejidad”, Opción, vol. 27, núm. 65, (septiembre-diciembre, 2011), 58.
[16] Cornelius Castoriadis, “Poder, política, autonomía”, en Christian Ferrer (compilador), El lenguaje libertario. Antología del pensamiento anarquista contemporáneo, (La Plata: Utopía Libertaria, 2005), 142
[17] Carlos Fazio, Estado de emergencia. De la guerra de Calderón a la guerra de Peña nieto, (México: Editorial Grijalbo, 2016), 40-43.
[18] Jacobo Silva, Los rasgos esenciales del Estado, (Chilpancingo: UAGro, 2017), 99-107 y 144-157.
[19] Artículos 71, 72 y 73 de la Constitución de la República del Ecuador, <http://www.oas.org/juridico/pdfs/mesicic4_ecu_const.pdf>, (Fecha de la consulta: 19 de julio de 2017). 

sábado, 9 de septiembre de 2017


Puedes bajar el libro Lucio Cabañas y la Guerra de los Pobres, de Jacobo Silva, publicado en 1914 por Deriva Negra y Rizoma y en 1917 por El perro y la rana, si haces un click en este título.

Lucio Cabañas y la Guerra de los Pobres

Rasgos esenciales del Estado. Introducción.

                                                
(Este libro fue publicado en enero de 2017 por la Universidad Autónoma de Guerrero)




                                                  ÍNDICE




1. Introducción. --------------------------------------------------------------- 3
2. Por qué estudiar al Estado. ---------------------------------------------- 12
3. El lugar de lo dicho acerca del Estado. -------------------------------- 17
4. El lugar de lo hecho acerca del Estado. -------------------------------- 21
5. El tipo de Estado que hace falta estudiar. ----------------------------- 26
6. Acerca del método. ------------------------------------------------------- 28
7. ¿Qué es el Estado? -------------------------------------------------------- 33
8. Los rasgos esenciales. ---------------------------------------------------- 37
8.1. El Estado, depositario del poder público. ---------------------------- 39
8.2. El Estado, órgano supremo del poder político. --------------------- 44
8.3. El Estado, instrumento de control de la sociedad
        por parte del bloque en el poder. ------------------------------------- 49
8.4. El Estado, ámbito de representación de distintos
grupos sociales. --------------------------------------------------------- 57
8.5. El Estado, hegemonía organizadora de
       hegemonías. -------------------------------------------------------------- 67
8.6. El Estado, poder acumulado. ------------------------------------------ 90
8.7. El Estado, monopolizador formal de la
       Representación de la sociedad. ---------------------------------------- 98
8.8. El Estado, monopolizador formal de la violencia
       legal y expropiador de la violencia legítima. ----------------------- 101
8.9. El Estado, monopolizador formal del cobro
        legal de impuestos. ---------------------------------------------------- 110
8.10. El Estado, reproductor de las condiciones
         de extracción del plustrabajo. --------------------------------------- 113
8.11. El Estado, reproductor ampliado de sí mismo. ------------------- 117
8.12. El Estado, dirigente de la reproducción
          de la sociedad. -------------------------------------------------------- 127
8.13. El Estado, generador de alienación. -------------------------------- 135
8.14. El Estado, comando supremo de todas
          las alienaciones. ------------------------------------------------------ 146
8.15. El Estado, alienación internalizada. -------------------------------- 160
8.16. El Estado, megaempresa productora de
         irracionalidad e inconformidad. ------------------------------------- 170
8.17. El Estado, estrato separado de la mayoría
         de la población. -------------------------------------------------------- 175
8.18. El Estado, complejo de instituciones
         legales e ilegales. ------------------------------------------------------ 202
8.19. El Estado, relación social y proceso. -------------------------------- 213
8.20. El Estado, expresión de la correlación
         de fuerzas existente en la sociedad. --------------------------------- 217
8.21. El Estado, garante formal de la cohesión
         social y de la unidad nacional pero causante
         real de fragmentación. ------------------------------------------------ 222
8.22. El Estado, eje de la manipulación afectiva. ------------------------ 231
8.23. El Estado, base del sistema político y
         económico mundial. --------------------------------------------------- 250
8.24. El Estado, no limitado por los marcos del
          Estado-nación y del Estado nacional. ------------------------------ 258
8.25. El Estado, sistema complejo. ----------------------------------------- 261
9. Papel de los rasgos, a manera de conclusión. -------------------------- 276
Anexo. Cuadros. -------------------------------------------------------------- 283
Bibliografía. ------------------------------------------------------------------- 294