LAS VIOLENCIAS Y LAS OTREDADES*
Para
tratar del tema de las violencias, en plural, puede ser útil partir de un
concepto amplio de violencia como el elaborado por Edisson Cuervo Montoya,
quien la entiende como:
[la]
intervención directa de un individuo o grupo de éstos contra otro u otros, en
razón voluntaria e intencionada del procurar daño o perjuicio, y con la
finalidad de alcanzar, en los últimos, modificaciones de sus conductas o
posturas individuales, sociales, políticas, económicas o culturales. Teniendo
claro además, que ella también puede presentarse bajo manifestaciones
simbólicas o psicológicas que de igual modo reconducen las conductas de los
receptores pasivos de ella.[1]
Este es un concepto amplio, muy útil
porque no se limita a la violencia de un individuo contra otro ni a la utilizada
en la agresión física, sino que permite incluir la ejercida por o contra grupos
y a las simbólicas y psicológicas. Es útil también porque incluye tanto
aquellas consideradas legítimas como las que no son tomadas como tales o que no
se puedan justificar.
Sin embargo, los ámbitos en que se
ejerce la violencia van mucho más allá de esos y para verlo así, basta con
mirar la realidad en su más amplia expresión, con las acciones que realizan
algunos grupos humanos, los poderosos del mundo, contra la naturaleza y contra
el planeta mismo, como ocurre con la extinción de especies completas o con la
destrucción de la capa de ozono o con los planes que presuponen la intervención
en el
clima global, lo que se haría por medio de la geoingeniería, o “manipulación a
gran escala de los ecosistemas del planeta para cambiar el clima”,[2] sin medir las consecuencias que esto puede
acarrear, y que pueden conducir a la extinción de la vida en el planeta, como
puede inferirse del tipo de medidas que proponen, a cual más peligrosa en
relación con el futuro, pues aunque permitirían solucionar un problema presente
pueden provocar uno mayor posteriormente: “bombardear con
aerosoles azufrados la estratosfera para imitar una nube volcánica que desvíe
los rayos solares (para bajar la temperatura), fertilizar masivamente el océano
con hierro para absorber carbono, cambiar la química de los mares, crear
cultivos transgénicos que reflejen más la luz del sol, blanquear nubes y otras
por el estilo”.[3]
El concepto de Cuervo Montoya no permite
incluir estos tipos de violencia ni otros en los que no se pretende modificar
la conducta o posturas del sujetos o sujetos sobre los que se interviene, como
la que ocurre con quien, más allá de cualquier modificación conductual o
posicional del otro, pretende simplemente eliminarlo.
Necesidad de un concepto general y de una tipología mínima de
las violencias
Haría
falta, por consiguiente, un concepto que incluya a estas formas en que la
violencia se puede ejercer y que son violencias porque el daño o perjuicio
ocasionado en cada una de las víctimas o sujetos sobre los que se interviene es
voluntario e intencionado. Entre ella habría que incluir también a la ejercida
tanto contra seres humanos como contra animales, contra lo inerte y contra la
naturaleza.
Además, es necesario incluir otros tipos
de ella, algunos existentes solamente en el mundo de lo imaginario, planteados
por la literatura y el cine, como aquellas a la que hace referencia La guerra de las galaxias, la película de
George Lucas que refleja la violencia entre seres de galaxias distintas, o El planeta de los simios, de Pierre
Boulle, que tiene como tema la violencia entre dos especies distintas en la
tierra, los humanos y los simios.
En ambos casos se trata de una violencia
que se satisface con el dominio ilimitado de unos seres por otros, basada en
una otredad muy diferenciada por tratarse de entes provenientes de hábitats
completamente distintos, a los que ni siquiera se les concede la menor
posibilidad de considerarlos en condiciones de igualdad.
Sin embargo, pese a la radicalidad de la
oposición entre los enemigos considerados en esos casos, hay otros todavía más
extremos, donde la otredad no conoce fronteras ni concede límite alguno, otredad
causada por una ajenidad todavía mayor y que puede considerarse absoluta y la
más radical posible: la que deviene de la exclusión más completa concebible, la
que habría entre seres cuya existencia presupone la extinción del otro.
Es lo que ocurre en La guerra de los mundos, de
H. G. Wells o en Alien, el octavo
pasajero, de Ridley Scott –que tratan de la violencia entre dos especies
provenientes de planetas distintos– o como Guerra
mundial Z, de Max Brooks –que trata de la violencia entre humanos y zombies,
Este es el caso limítrofe porque si en
cualquiera de los casos precedentes los objetivos de la violencia ejercida
podrían considerarse cumplidos con la consecución del dominio, por más grande que
pudiera ser, en éstos ni siquiera el dominio más absoluto podría satisfacer los
afanes del interviniente. La única forma de terminación de una violencia de
este tipo sería la inexistencia absoluta del otro debido a que no es posible la
convivencia, ni siquiera como dominación, sino que presupone el exterminio del
otro. Se trata de una imposibilidad de convivencia por la incapacidad de
convertir al otro en alguien apto para convivir con uno: no se podría convivir
con quien se alimenta de uno –siempre y cuando se tenga conciencia de que se va
a ser comido, pues de otra manera se estaría en el caso de los animales
domésticos, que conviven con quien los alimenta para convertirlo a su vez en
alimento.
Una violencia de ese tipo es todavía
mayor que una más que haría falta considerar: la existente entre un depredador
y su presa, porque si bien ésta quisiera vivir en un mundo en el que no
existiera aquél, el depredador sí concibe un mundo en el que pueda convivir con
la presa, aunque sea para poder sobrevivir devorándola; es más, la necesita
como condición para su propia existencia.
Un tipo más de violencia a incluir en un
concepto general sería el del daño autoinfligido, no incorporado en el concepto
de Cuervo Montoya por hacer referencia a individuos o grupos distintos en el
papel de agresor y agredido o, en sus términos, de interviniente e intervenido,
en tanto en que en la autoagresión uno y otro son la misma persona o grupo.
La existencia de violencias de este tipo
obliga a generar un concepto capaz de incluir a todas las formas en que se
podría realizar y conceptos subordinados que puedan dar cuenta de cada una de
las manifestaciones posibles de ella.
Esto da lugar a dos problemas. En primer
lugar, establecer un concepto abarcador de toda la violencia y de cada uno de
sus tipos. En segundo, establecer el criterio conforme con el cual podría
establecerse diferencias entre los grados de violencia que es posible concebir.
Esto último, en el entendido de que más
allá de los distintos tipos de violencia que es posible percibir, por el ámbito
en que se realizan, como el económico, el político, el cultural, el moral o el
psicológico, es posible distinguir distintos grados en la manera en que se
ejerce. No es lo mismo exterminar por completo a un enemigo que solamente
dominarlo o neutralizarlo. La violencia en cada situación es distinta.
Respecto del primer problema, el de la
definición, se puede partir de la de Cuervo Montoya, quitando las partes que
restringen la idea y decir que la violencia es una intervención de un individuo
o grupo de éstos contra otro u otros o contra sí mismo, con el fin de procurar
daño o perjuicio de forma voluntaria e intencional. Así los rasgos esenciales y
siempre presentes de cualquier acto de violencia son el objetivo de causar un
daño o un perjuicio y el carácter voluntario del acto. De esta manera, dentro
del término violencia se pueden incluir todas las formas en que es posible
ejecutarla y solamente aquellos actos en los que hay violencia, toda vez que no
se incluiría aquellas situaciones en que, habiendo daño, éste no es intencional
o aquellas otras en las que el fin de causar perjuicio no se convierte en
intervención o en acto.
Respecto del segundo problema, el de los
grados en que se puede concebir, habría que determinar, antes que nada, un
criterio conforme al cual se puedan graduar los actos de violencia. ¿Cuál
podría ser ese criterio?
Toda vez que la violencia implica daño
intencional y que a mayor antagonismo el daño que se desea infligir es mayor es
posible decir que antagonismo y violencia se encuentran íntimamente
relacionados. De esto se deriva que los grados de violencia pueden depender del
grado de antagonismo.
Algo que puede acercar a la comprensión
del grado de violencia entre dos oponentes, sean individuos o grupos o personas
puede ser el grado de antagonismo existente entre ellas, de manera que es
posible acercarse a la elucidación de los grados de violencia por medio de la
investigación de los grados de antagonismo que es posible determinar.
Carl Schmitt, en su intento por hallar
un criterio para determinar el contenido específico de lo político, encontró
que la distinción amigo-enemigo podría ser considerada la base del ámbito de lo
político:
[…] la
distinción política específica, aquella a la que pueden reconducirse todas las
acciones y motivos políticos, es la distinción amigo y enemigo […] En la medida
en que no deriva de otros criterios, esa distinción se corresponde en el
dominio de lo político con los criterios relativamente autónomos que
proporcionan distinciones como la del bien y el mal en la moral, la de belleza
y fealdad en lo estético, etc. […] El sentido de la distinción amigo-enemigo es
marcar el grado máximo de intensidad de una unión o separación, de una
asociación o disociación […] el enemigo político no necesita ser moralmente
malo, ni estéticamente feo; no hace falta que se erija en competidor económico,
e incluso puede tener sus ventajas hacer negocios con él. Simplemente es el
otro, el extraño, y para determinar su esencia basta con que sea
existencialmente distinto y extraño en un sentido particularmente intensivo.[4]
Pese a que él hacer referencia
exclusivamente al antagonismo político y éste implica una relación
exclusivamente entre seres humanos, es posible utilizar criterios afines a los
suyos para determinar el grado de violencia que se puede ejercer contra otro u
otros o contra uno mismo.
Para él, el enemigo es el otro, de
manera que el antagonismo podría medirse, aunque sea cualitativamente, por
medio del grado de otredad. De esa manera, por intermedio del concepto de antagonismo,
puede establecerse un vínculo entre la violencia y la otredad. Mientras mayor
sea la otredad, mayor será el antagonismo y mayor será la violencia ejercida
contra él.
Esto puede hacerse más comprensible si
se parte de que, según él:
“Los conceptos
de amigo, enemigo y lucha adquieren su sentido real por el hecho de que están y
se mantienen en conexión con la posibilidad real de matar físicamente”. La
guerra procede de la enemistad, ya que ésta es una negación óntica de un ser
distinto. La guerra no es sino la realización extrema de la enemistad.[5]
Aquí deja ver la existencia de un
enemigo al que en sus términos se puede llamar óntico, basado en una otredad
que hace posible quitarle la vida.
Cuando dice que “La humanidad como tal
no puede hacer una guerra, pues carece de enemigo, al menos sobre este planeta.
El concepto de la humanidad excluye el de enemigo, pues ni siquiera el enemigo
deja de ser hombres”,[6]
aunque niega explícitamente la existencia de un enemigo en nombre de toda la
humanidad, deja ver tácitamente la posibilidad de un enemigo de esa naturaleza
si se tratara de ser proveniente de fuera del planeta, lo que implicaría un
grado de antagonismo superior a la del enemigo llamado óntico, porque si a éste
se le considera como humano –pese a cualesquiera otras diferencias que le hagan
ser consideradas un otro–, el proveniente del espacio exterior no compartiría
ese rasgo.
En otra parte de su obra, en el
corolario II “Sobre la relación entre los conceptos de guerra y enemigo
(1938)”, hace uso del concepto “guerra total” para denominar aquella en la que
no hay distinción entre combatientes y no combatientes,[7] lo
que para él sería el extremo concebible de una enemistad.
Se puede avanzar un poco más adelante en
esta dirección si se toma en cuenta lo planteado, a partir de la obra de
Schmitt, por Iván Galíndez, quien establece una interesante diferenciación
entre los grados diversos de amistad y enemistad que existen entre los extremos
posibles de una y otra.[8]
Aunque igual que Schmitt, Galíndez hace
referencia solamente a sujetos humanos y eso limita su aplicación a otros tipos
de actores y antagonismos, su conceptualización puede ayudar en la
determinación de los distintos grados de violencia, sobre todo si se conecta
con el grado de otredad que es posible detectar en cada uno de esos grados y si
a ello se agregan las consideraciones hechas párrafos atrás, referentes a la
necesidad de incluir la violencia por y hacia actores no humanos.
Tomando como centro la situación de No amigo/no enemigo, Galíndez desarrolla
una serie de conceptos orientada, por un lado en dirección de la amistad y, por
otro, de la enemistad. Dado el propósito del presente ensayo solamente tomo en
cuenta la segunda y dejo para otro mucho más amplio una reinterpretación
completa del continuo existente entre ambos extremos. En cualquier caso, adopto
la idea, aunque la adapto para que pueda aplicarse a un espectro mucho más
amplio de antagonistas que los del ámbito político. En un primer momento
señalaré las posiciones o fenómenos que es posible discernir de un análisis
meramente conceptual, como situaciones claramente diferenciadas que pueden
existir desde una perspectiva teórica, eminentemente abstracta,
independientemente del nombre que se les pueda atribuir; en cada caso, la
diferenciación la planteo, como lo hacen Schmitt y Galíndez, como establecida
con base en un mandato o imperativo ético que señala los límites aceptables de
la violencia que en cada caso se puede o se debe ejercer, es decir, de acuerdo
a lo que se puede o debe hacer al antagonista. A continuación les asignaré el
nombre que puede servir para denominarlos y diferenciarlos entre sí y de otros
semejantes o parecidos. Esto, con el fin de asegurar primero la demostración de
la existencia del fenómeno –lo que considero innegable– para después pasar a
asignarle el nombre que propongo –el cual considero perfectamente discutible,
dado que podría haber otros más adecuados.
Acorde con esto, en el centro de un
continuo amigo/enemigo se encuentra el No amigo/no enemigo, caracterizado por
su neutralidad, entendida como una otredad que implica la no pertenencia al
grupo propio pero sin representar peligro ni competencia alguna, de manera que
no hay un conflicto con el catalogado así.[9] A
la izquierda de este sujeto neutral se encuentran las diferentes formas de
amistad, caracterizadas por la pertenencia a algún grupo afín al propio, lo que
implica alguna forma de yoidad,[10]
en tanto que a la derecha se encontrarían formas diversas de antagonismo
indicadoras de un conflicto basado en una otredad fundada en la disputa por
algún tipo de recurso y caracterizadas por algunas formas de violencia
utilizadas en dicha disputa; la contraposición puede ser real o supuesta, pues
para la existencia de la rivalidad basta con que uno de los dos antagonistas
crea que exista, sin importar que el otro tenga o no conciencia de competir o
de que lo haga en verdad o de que lo haga al nivel que el otro cree o dice
creer.[11] La
relación con el No amigo/no enemigo es de indiferencia: contra él no hay
violencia alguna porque nada le contrapone con el sujeto en cuestión. Cualquier
acto de agresión contra él sería no ético. En este caso se trata de un sujeto
que ocupa un nicho –ecológico, económico, social, político o de cualquier otra
índole– completamente distinto al propio, de manera que no hay lugar para una
competencia por algún recurso que requiera de su eliminación física o de la
coerción física y ni siquiera para su utilización en cualquiera de sus
posibilidades: como recurso consumible o como objeto de diversión –como
ocurriría con las lagartijas o los pájaros para un niño que por diversión los
mata con una resortera o con una piedra, aunque no haya ninguna razón para
competir con ellos en ningún campo. Si se trata de una relación entre humanos
se estaría ante la más completa indiferencia, a la manera de la relación entre
campesinos que siembran su propia tierra y consumen sus propios productos en la
más completa autarquía, sin la menor necesidad de intercambiar sus productos
entre sí. La violencia de cualquier tipo queda descartada por completo de la
relación entre ambos sujetos.
En la posición adyacente, la primera a
la derecha, se puede colocar a un sujeto cuya otredad se debe a la relación,
real o supuesta, de contraposición causada por la lucha por el control de algún
recurso, lo que implica un cierto grado de competencia, pero sin que sea
necesario llegar al uso de la violencia física, pese a las diferencias. Entran
en esta posición aquellos sujetos cuya dominación puede reportar algún
beneficio –la posesión, el uso o el disfrute de algún recurso material o
simbólico, como el ejercicio de la autoridad o de la seguridad– pero cuya
eliminación física no traería beneficio alguno o incluso representaría un
perjuicio, aunque sea en el aspecto moral. En cualquier caso, para el uso del
recurso en disputa basta con una dominación limitada, que no implica en
absoluto la violencia física y la descarta por completo. El uso de la violencia
tiene un lugar pero es limitado, porque se descarta totalmente la posibilidad
misma del daño físico, utilizándose, cuando mucho, el amago y la violencia
simbólica, entendida con Bourdieu como aquella en la que se regala algo para
obtener a cambio agradecimiento, una obligación duradera y legitimar la
dominación.[12]
La norma fundamental que rige la relación con otro de esta naturaleza es la de
“no dañarás” –lo que no implica que no haya daño alguno, toda vez que la
dominación simbólica deja daños, sino solamente que no existe la intención o la
conciencia de causarlo; si lo hay no es físico sino más bien psicológico. En
cualquier caso, cualquier acción causante de daño es no ética. Entre humanos
podría ejemplificarse este tipo de contraposición con la rivalidad deportiva,
en la que el único efecto negativo o daño que se le pretende causar es una
derrota meramente deportiva en la que aunque podría haber consecuencias
económicas o de prestigio, no hay daño físico alguno. Puede ejemplificarse
también con la que existe en la relación no patológica entre padres e hijos cuando
hay diferencias en cualquier ámbito y con la que ocurre en la relación
predominante entre correligionarios de alguna causa cuando disputan por
divergencias de opinión o entre el ser humano y la naturaleza cuando se le usa
pero considerándola como parte de un todo al que se pertenece y en ese
entendido se le considera con derecho a existir sin daños y por esa razón se le
cuida aunque se utilicen los recursos que contiene. A este antagonista se le
puede considerar rival no dañable físicamente y la violencia utilizada contra
él se puede denominar violencia sin daño físico. La rivalidad no depende en
absoluto de la conciencia que tenga el antagonista de encontrarse en ese papel,
pues de otra manera se consideraría en esa situación solamente a seres humanos,
pero no a la naturaleza o a los animales.
Un poco más a la derecha, en segundo
lugar, se colocaría a sujetos concebidos como otros o ajenos a raíz de la
competencia, real o supuesta, por algún o algunos recursos y contra los cuales
puede utilizarse la violencia física, con la plena conciencia de que se les puede
ocasionar un daño físico, pero descartando por completo la posibilidad de provocarles
la muerte. La disputa no puede ser exitosa sin la utilización de la violencia
física. En la relación con el antagonista rige el mandamiento de “no matarás”,
aplicable por más que sea grande el daño que se le pueda causar. En estas
condiciones, cualquier acción destinada a matar o quitar la existencia del
antagonista es no ética y lo es también cualquier otra que implique la
posibilidad de que eso ocurra. Ahora bien, el mandato que ordena “no matarás”
es relativo, distinto en su aplicación a un caso individual y a uno colectivo: si
en el primero se prohíbe quitar la vida al individuo, en el segundo se impide quitar
la vida del colectivo en su conjunto, lo que no significa que no se la pueda quitar
a algunos de sus integrantes, como sucede en casos de represión selectiva,
ejemplificada con la relación que los empresarios mantienen con los obreros,
pues aunque pueden menospreciarlos y odiarlos y hasta eliminar físicamente a
algún o algunos líderes, deben procurar su supervivencia como clase porque
necesitan de su capacidad de trabajo: sin los obreros, ellos mismos dejarían de
existir como clase; los obreros a los que podrían eliminar físicamente estarían
en un nivel superior de antagonismo que el conjunto de la clase pero solamente
como grupo o como individuos. Esta visión subyacía entre muchos de quienes en
otros tiempos explotaban la naturaleza, respecto de ésta, cuando creían que
eran inagotables los recursos de la tierra y que nunca se pondría en riesgo la
existencia de la vida en el planeta. Se expresa también en la actitud de un
experto en defensa personal cuando dosifica calculadamente el uso de la fuerza
contra un adversario para evitar privarle de la vida, actitud que toma cuando
es muy fácil dominarlo. En cualquier caso, se pude causar un gran daño, pero
nunca quitar la existencia al antagonista. La relación que hay entre ambos se
puede denominar de adversaridad y es la misma a la que, en el caso de sujetos
políticos, Enrique Dussel denomina “enemistad óntica”, aunque puede ser más
apropiado denominarle adversaridad, y adversarios a los sujetos colocados en
esta posición, como lo hace Iván Galíndez para el mismo caso.[13]
Esto porque el antagonismo que niega el ser puede considerarse propia de otra
posición. La violencia ejercida en este caso se puede denominar violencia de
adversaridad.
Más a la derecha, en tercer lugar, puede
ubicarse a los sujetos con los que la contraposición y por consiguiente la
otredad, se debe a la disputa, real o supuesta, por algún o algunos recursos no
susceptibles de apropiación sin la utilización de la violencia física que puede
poner en riesgo la vida o la existencia del antagonista o que, pese a que sí
puedan obtenerse sin ella, se utiliza por la voracidad de la apropiación motivada
por la ambición, por la competencia con otros sujetos que también pretenden
apoderarse del recurso o por la negativa a dicha adjudicación. Aquí la
eliminación física se considera posible pero no una obligación. En relación con
él no opera el mandamiento de “no matarás”, propio de la adversaridad [14]
sino una norma que podría decir “matarás solamente si está en riesgo tu
existencia”, lo que implica solamente la posibilidad de la eliminación. En este
entendido, cualquier acto dirigido a quitar la vida o la existencia al
antagonista si no está en riesgo la vida propia es no ético. Si los sujetos son
políticos, pese a que pueda ser muy aguda la contraposición y muy grande la
violencia utilizada, no existe el propósito de exterminio y hay siempre la
posibilidad de rendición toda vez que lo que se persigue es la dominación
solamente y se descarta el exterminio debido a la existencia de cierta
utilidad, aunque sea nada más la continuidad de la dominación. Este tipo de
antagonismo se puede ilustrar con la relación prevista por el derecho positivo
entre las personas en la sociedad actual, que ordena el respeto por la vida de
cualquier antagonista cuando no está en peligro la vida propia pero autoriza
quitársela cuando su agresión coloca en riesgo la vida del agredido. Sirve de
ejemplo también la guerra entre las dos grandes potencias de la Guerra Fría,
cuando una y otra evitaban la guerra atómica, la cual habría utilizado
cualquiera de las dos solamente si hubiera vislumbrado que el otro estaba a
punto de utilizarla o la habría utilizado ya. En la cultura popular puede
ejemplificarse también, con la situación presentada en la Guerra de las galaxias o con la visión de la guerra propia del
dirigente de los simios, César, el
protagonista principal de La guerra del
planeta de los simios, quien consideraba posible la coexistencia entre
humanos y simios, aunque cada uno en su hábitat, separado del otro. En el
ámbito político, la rendición implica la imposición de duras condiciones que
buscan incapacitar al enemigo para convertirse en un riesgo y la creación de
condiciones para que se convierta en parte de una comunidad con la que se puedan
tener intereses comunes en diversos ámbitos en el futuro, para disminuir el
riesgo de otra confrontación. A este antagonista se le puede denominar enemigo
por dominio o enemigo parcial y a la violencia ejercida en ese caso se le puede
denominar violencia de enemistad de dominio o de enemistad parcial porque busca
la imposición de la voluntad propia pero sin plantearse el exterminio del
antagonista como una necesidad.
En la siguiente posición, la cuarta y
última, se encontrarían los sujetos cuya otredad es extrema, la máxima posible,
por la disputa, real o supuesta, por algún recurso que no puede ser apropiado
sin el exterminio del antagonista. La otredad se deriva de una mutua exclusión
total, de la imposibilidad de la existencia simultánea de ambos antagonistas,
de manera que la lucha contra él es la lucha por la conservación de la propia
vida o existencia. El imperativo o mandato es tal caso es el de “matarás”, que
expresa no la posibilidad de matar sino la obligación de hacerlo, mandato que
resulta ético porque implica la conservación del máximo bien que se posee y que
ha de protegerse: la vida. Es ético, por consiguiente, cualquier acto o acción
encaminados a eliminar al antagonista. Es el antagonismo reflejado en La guerra de los mundos, en Alien, el octavo pasajero y en Guerra mundial Z, obras en las que los
antagonistas no pueden existir mientras exista el otro y la única alternativa
es el extermino del contrario, sin ninguna concesión. En el primer caso, el
recurso en disputa es la tierra como un todo; en los otros, la vida de los
seres humanos. Puede ejemplificarse también con la visión de la guerra propia
del coronel que se enfrenta a los simios en La
guerra del planeta de los simios, quien consideraba imposible la
convivencia entre simios y humanos porque finalmente los simios terminarían por
imponerse a los humanos convirtiéndolos en animales; en este caso, el recurso
en disputa era la existencia de los seres humanos en cuanto tales, con su
inteligencia y su capacidad de hablar, la cual se perdería de vencer los simios
en la confrontación. Es también el que existe, por principio, entre los seres
humanos y los virus mortales –por principio, porque en la vida real la guerra
bacteriológica atestigua que más que exterminarlos se les pretende convertir en
arma a utilizar contra otros adversarios, lo que implica someter a los virus al
dominio de los poderosos. En un conflicto con estas características no hay la
menor posibilidad de rendición. Un antagonista de este tipo es nombrado enemigo
total por Iván Galíndez, nombre que puede ser adecuado y conforme con esto la
violencia que se ejerce en ese caso se puede denominar violencia de antagonismo
total, que se satisface solamente con el exterminio, con la eliminación del
otro, de manera que es mutua la exclusión.
Habría, en resumen, cuatro posiciones
relacionadas con la situación de antagonismo, todas dependientes del grado de
otredad del antagonista: rival no dañable físicamente, adversario, enemigo por
dominio y enemigo total. El principio ético aplicable ante cada uno sería: para
el primero, el de “no dañarás”; para el segundo, “no matarás”; para el tercero,
“matarás solamente si está en riesgo tu existencia”; para el cuarto, “matarás”.
La violencia como sistema complejo
Estas
son las posiciones que es posible ver desde un punto de vista meramente teórico
y en ese ámbito es posible diferenciar con bastante precisión cada una, pero en
la práctica no ocurre lo mismo, dado que la relación no es solamente entre dos
actores, los antagonistas, sino que inciden en ella multitud de factores que
convierten la relación entre ambos en un sistema con propiedades como la
incertidumbre, la inestabilidad, la autoorganización, la apertura al cambio, la
dependencia del contexto, la emergencia de propiedades nuevas, rasgos propios
de un sistema complejo.[15]
Al respecto cabe señalar que antagonismo,
conflicto y violencia son fenómenos íntimamente relacionados ya que no existe
antagonismo sin conflicto ni conflicto sin violencia de algún tipo, aunque sea
meramente simbólica y psicológica. Si se parte de esto se comprende que la
violencia, con la carga psicológica y de compromiso que mínimamente conlleva,
produce inevitablemente cambios tanto en el agresor como en el agredido,
cambios que llevan a que después del primer momento, los antagonistas no sean
ya, en sentido estricto, los mismos que los del momento inicial sino otros
distintos en varios aspectos, por la influencia de los acontecimientos y la
valoración de la situación. Un enemigo que se mostraba muy agresivo podría ser
mucho más cauto después de ver el resultado de su disposición anterior; uno muy
cauto puede pasar a una posición ofensiva si tuvo éxito; en cada uno de los
antagonistas podrían salir a relucir cualidades y defectos que estaban ocultos
antes del inicio de una acción hostil. Si esto ocurre con el primer acto
agresivo, con mucha mayor razón sucederá luego de varios movimientos de acción
y respuesta, de manera que no puede determinarse con precisión cuál será el
desarrollo de los acontecimientos, pues solamente se puede prever a grandes
rasgos y con una gran inexactitud. De ahí se deriva la incertidumbre propia de
todo conflicto, pese a la más precisa planificación que se pueda hacer de él;
como lo dice una frase popular: las guerras se sabe cómo empiezan pero no cómo
terminan. Por más hábiles que hayan sido los más grandes estrategas militares,
nunca dejaron de experimentar los efectos de la incertidumbre y su derrota
final mostró cuánta razón tenían para temer un resultado distinto al que habían
preparado.
Por otra parte, la inestabilidad es una
constante en el ejercicio de la violencia, dado que los más pequeños factores
pueden causar grandes cambios y obligar a la introducción de cambios
adaptativos por parte de los participantes en el conflicto, que, a su vez,
pueden provocar nuevos cambios y así sucesivamente. Y no solamente hacen esto
los factores que se encuentran bajo el control de los antagonistas sino los que
forman parte del contexto y eso multiplica los elementos causantes de
inestabilidad. Un antagonista puede actuar en un sentido que podría tener como resultado
provocar que otros sujetos que hasta entonces habían permanecido pasivos se
orienten en su favor. En presencia de un contexto explosivo, el más pequeño
acto de violencia puede provocar un crecimiento exponencial del conflicto como
se puede ver en el asesinato en Sarajevo del Príncipe Francisco Fernando en 1914,
que dio origen a la Primera Guerra Mundial.
La apertura del sistema complejo formado
por la violencia se muestra con la no permanencia de un conflicto en el mismo nivel
siempre, por su paso a través del tiempo por diferentes tipos de antagonismo,
en un desarrollo que lleva a que quienes no se proponían causar el menor daño a
su antagonista –o a quien ni siquiera lo era– terminan en ocasiones por ejercer
la violencia física que habían evitado durante mucho tiempo, como ocurrió con
William Wallace en Escocia, como se muestra en la película Corazón valiente, de Mel Gibson, o como lo ilustra la canción El cobarde del condado, de Kenny Rogers.
La violencia tiene su propia dinámica,
basada en la acción y la reacción que se encadenan de manera casi inevitable,
de tal forma que no es tan fácil terminar una guerra como lo fue iniciarla. En
términos de sistemas complejos se puede decir que la violencia tiene cierto
nivel de autoorganización que puede llevarla a salir del control de sus
principales antagonistas. En la primera conflagración mundial los antagonismos
locales o regionales a las que obedeció el inicio del conflicto nada tuvieron
que ver en el desenlace final. Cuando el antagonista es solamente un rival no
dañable y, por consiguiente, se ejerce contra él solamente una violencia
psicológica y simbólica, el efecto no se queda necesariamente en esos términos
sino que puede llegar a ser igual de contundente que la de quien busca provocar
la eliminación física, como sucede cuando la violencia psicológica, una
agresión externa, provoca una autoagresión que puede llevar al suicidio. Incluso,
si se toma en cuenta a Castoriadis, la violencia psicológica y la simbólica,
formas inferiores de agresión, pueden llegar a convertirse en las formas
extremas de dominación:
Si definimos
como poder la capacidad de una instancia cualquiera (personal o impersonal) de
llevar a alguno (o algunos unos) a hacer (o no hacer) lo que, a sí mismo, no
habría hecho necesariamente (o habría hecho quizá) es evidente que el mayor poder
concebible es el de preformar a alguien de suerte que por sí mismo haga lo que
se quería que hiciese sin necesidad de dominación (Herrschaft) o de poder
explícito para llevarlo a... Resulta evidente que esto crea para el sujeto
sometido a esa formación, a la vez la apariencia de la “espontaneidad” más
completa y en la realidad estamos ante la heteronomía más total posible.[16]
Entre diversos elementos que conforman
el sistema se forman redes que los conectan, de manera que hay dependencia mutua
de todos y entre ellos hay algunos que son claves y forman nodos por los que
circulas grandes flujos de datos e informaciones de todo tipo, así como
recursos muy variados, como económicos, políticos y simbólicos. Esto puede
verse en las posiciones claves que algunos personajes o instituciones llegan a
desempeñar, como ha ocurrido con los líderes de los grupos en pugna, que pueden
orientar en uno u otro sentido a los antagonismos, ya sea para mantenerlos en
cierto nivel o para llevarlos a otro, con una profundización o con una
disminución de las contraposiciones. De ahí los esfuerzos estatales por
eliminar a algunos personajes involucrados en algún tipo de violencia, como
ocurrió con el asesinato, junto a Rubén Jaramillo, de su esposa, quien podría
haber tomado el mando si solamente se hubiera eliminado a Jaramillo. A veces
desactiva, sin asesinar, a algunos personajes, con el fin de permitir la
colocación en posiciones clave de otros capaces de desactivar el conflicto,
como hizo al detener al doctor Mireles para poder controlar a las autodefensas
michoacanas.
Durante el desarrollo de la violencia
surgen o emergen propiedades o fenómenos novedosos, como el surgimiento de
liderazgos populares encaminados a una transformación social en los conflictos
que no tenían un contenido social en un principio y que sus impulsores pensaban
que podían mantener bajo su control, como ocurrió con el zapatismo durante la
Revolución Mexicana, fenómeno que no pudo controlar el maderismo, detonador del
estallido que se convirtió en el levantamiento popular generalizado de 1910
contra la dictadura porfirista. El fenómeno de emergencia puede ilustrarse
también con el surgimiento de la Revolución Rusa de la Primera Guerra Mundial o
con la creación del llamado campo socialista después de la segunda o con el
surgimiento del nazismo a partir de la violencia económica de las condiciones impuestas
a Alemania por los países vencedores en la Primera Guerra Mundial.
En el caso más alarmante en la actualidad,
de la violencia ejercida contra la naturaleza durante tantos siglos se ha
derivado el riesgo actual de la desaparición de la vida en el planeta, situación
que ilustra que esa violencia dio origen a un sistema complejo que está en
grave riesgo de llegar a su fin y que está arribando a su punto de bifurcación
más allá del cual podría no haber nada parecido a lo que conocemos como nuestro
planeta. Los poderosos del mundo, aunque no sean los mismos sujetos
individuales, pasaron, como clase, de los grados inferiores de la violencia
contra la naturaleza al grado máximo y ahora la ponen en riesgo, al guiar sus
acciones abiertamente por el mandato de “mataras”, que conduce al exterminio de
la vida a nivel planetario.
La lucha contra la violencia, otro sistema complejo
Si
la violencia forma un sistema complejo, otro igual se constituye en la lucha
por detenerla, toda vez que tendría que haber una interacción con cada uno de
los factores que le hacen existir, lo que le convierte en un sistema con un
mayor grado de complejidad.
Esto se puede ilustrar con la acción de
las autodefensas michoacanas para eliminar el narcotráfico de sus comunidades.
Iniciada como un esfuerzo en el que participaron muchas personas que en verdad
deseaban expulsar de la región a los cárteles mediante una lucha independiente
respecto del Estado mexicano, en el que no confiaban por la colusión de muchos
funcionarios, militares y policías, terminó transformada por completo, al grado
de llegar a la conversión de las unidades autodefensivas en parte de las
fuerzas represivas de las que tanto recelaban y a verse involucrados muchos de
sus miembros en la actividad que combatían; todo bajo el influjo de los diferentes
factores que se fueron incorporando al proceso y a las distintas interacciones
a que fueron dando lugar. La lucha contra la violencia contra la población se
convirtió en otro tipo de violencia también contra la población.
Otro ejemplo, igualmente ilustrativo es
el de la lucha que desde la democracia liberal se ha emprendido desde hace
mucho tiempo contra la criminalidad y la violencia que conlleva. Iniciada en
defensa de las libertades afectadas por la presencia de la delincuencia, ha
terminado por buscar la legalización de la pérdida de libertades con la
creación del “derecho penal del enemigo”, que tiende a la privación de la
condición de personas a seres humanos, lo que era inconcebible bajo el
predominio del “derecho penal del ciudadano”. Bajo éste existe una
diferenciación muy clara entre “enemigo” y “delincuente”: a éste se le
considera ciudadano y se le respeta su condición de persona y los derechos que
como tal le corresponden, en tanto que el enemigo, al no ser ciudadano, no se
encuentra protegido por estos derechos. Bajo el “derecho penal del enemigo” se
despoja al delincuente o al opositor al Estado o a quien éste decida, de sus
derechos de ciudadano y, por lo tanto, de persona, y se le pueden aplicar
formas de coacción no reguladas por el derecho.[17]
Esto le coloca en una situación semejante o muy parecida a la de los no humanos,
considerados en el extremo de la otredad. La lucha por la libertad llevó a la
pérdida de libertades.
Algo similar ocurrió durante la
conquista y la colonia en América, cuando bajo el pretexto de llevar la
verdadera religión y la civilización a los nuevos territorios colocados bajo el
dominio europeo se les negaba la calidad de seres humanos a los nativos
americanos bajo el argumento de que no tenían alma. A su vez, la lucha contra
esa discriminación por parte de algunos de los misioneros españoles se hizo
desde una posición sumamente paternalista y a veces contradictoria, al
considerar a los indígenas como menores de edad y en algunos casos no incluía
la defensa de los negros.
De estos casos se desprende no solamente
que la lucha contra la violencia da lugar a un sistema complejo, sino también que
la lucha contra la violencia no puede ponerse o dejarse en manos del Estado, el
responsable de las más grandes manifestaciones de la violencia y comando
supremo de todas las alienaciones,[18]
que aprovechará la menor oportunidad para corromper y pervertir los más nobles
fines, acorde con sus intereses como institución y a los de sus integrantes
como individuos. Tampoco puede dejarse en manos de instituciones ligadas al
Estado por los lazos del poder porque los resultados son generalmente adversos
a la población o muy limitados en el mejor de los casos.
Habría, sin embargo, que reconocer que
en algunos Estados progresistas se han erogado leyes encaminadas a proteger de
la violencia a quienes nada pueden hacer por defenderse ellos mismos, como la
naturaleza y la tierra misma. Esto ocurrió en Ecuador, donde en su Constitución
se contempla el derecho a la existencia de la tierra así como el mantenimiento
y regeneración de sus ciclos vitales, estructura, funciones y procesos
evolutivos; se contempla también el derecho de la naturaleza a la restauración,
así como medidas para restringir las actividades que puedan conducir a la
extinción de especies, a la destrucción de ecosistemas y a la alteración de los
ciclos naturales.[19]
En cualquier caso, lo más conveniente es
que las comunidades tomen en sus propias manos los asuntos relacionados con la
violencia, como ocurre con las policías comunitarias, hasta el momento, la
mejor solución al problema de la violencia.
BIBLIOGRAFÍA:
Castoriadis,
Cornelius. 2005. Poder, política, autonomía, en Christian Ferrer (compilador), El lenguaje libertario. Antología del
pensamiento anarquista contemporáneo.
La Plata: Utopía Libertaria.
Asamblea
Nacional. República del Ecuador. Constitución
de la República del Ecuador. <http://www.oas.org/juridico/pdfs/mesicic4_ecu_const.pdf>. (Fecha de
la consulta: 19 de julio de 2017).
Cuervo Montoya, Edison.
2016. Exploración del concepto de violencia y sus implicaciones en educación, Política y Cultura, No. 46. 77-97.
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de Calderón a la guerra de Peña nieto. México: Editorial Grijalbo.
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aproximación crítica”, Cuadernos de
Trabajo Social, Vol. 18: 7-31.
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2011. Paradigmas emergentes y ciencias de la complejidad, Opción, vol. 27, núm. 65, (septiembre-diciembre): 45-80.
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Jornada , 18 de junio de 2011.
Schmitt, Carl. 2009. El concepto de lo político. Madrid:
Alianza Editorial.
Silva, Jacobo. 2017. Los rasgos esenciales del Estado.
Chilpancingo: UAGro.
* Ponencia
presentada en el coloquio “Violencia, complejidad y alternativas” el 8 de septiembre
de 2017 en la Universidad Autónoma de Guerrero.
[1]
Edison Cuervo Montoya, “Exploración del concepto de violencia y sus
implicaciones en educación”, Política y
Cultura¸ No. 46, (2016), 84.
[3]
Silvia Ribeiro, La geoingeniería y los
dueños del planeta.
[4]
Carl Schmitt, “El concepto de lo
político”, (Madrid: Alianza Editorial, 2009), 56.
[5]
Carl Schmitt, “El concepto de lo
político”, 63.
[6]
Carl Schmitt, “El concepto de lo
político”, 63.
[7]
Carl Schmitt, “El concepto de lo
político”, 138.
[8]
Iván Galíndez Ortegón, Deconstrucción de
la amistad y enemistad políticas. Aporte conceptuales para una teoría crítica
de la asunción de la enemistad política. (México: UNAM, 2014).
[9]
Otredad se entiende aquí como la ajenidad, es decir la no pertenencia al grupo
propio.
[10]
Yoidad se entiende aquí como la pertenencia a algún grupo afín, lo que implica
la pertenencia a una comunidad mayor que se reconoce como afín en algún grado
al sujeto en cuestión. Habría, por consiguiente, distintos grados o amplitudes
de yoidad, en dependencia del factor que se tome en consideración. Si se habla
de seres humanos, el grado mínimo sería el de humanidad y el máximo el de la
individualidad.
[11] Entre
seres humanos es común que se le atribuya al otro intenciones que no tiene o
que se aumente artificialmente la peligrosidad que representa, con el fin de
justificar la agresión contra él.
[12]
J. Manuel Fernández, “La noción de violencia simbólica en la obra de Pierre
Bourdieu: una aproximación crítica”, Cuadernos
de Trabajo Social, Vol. 18, (2005), 9.
[13]
Este autor considera solamente tres posiciones en dirección de la enemistad: la
adversaridad, regida por el mandato de “no matarás”, la de enemistad política,
regida por la posibilidad de matar, pero sin la obligación de hacerlo, y la de
enemistad total, regida por la obligación de matar. Iván Galíndez Ortegón, Deconstrucción de la amistad y enemistad
políticas. 127.
[14]
Iván Galíndez Ortegón, Deconstrucción de
la amistad y enemistad políticas. 127.
[15]
Miguel Martínez Miguélez, “Paradigmas emergentes y ciencias de la complejidad”,
Opción, vol. 27, núm. 65,
(septiembre-diciembre, 2011), 58.
[16]
Cornelius Castoriadis, “Poder, política, autonomía”, en Christian Ferrer
(compilador), El lenguaje libertario.
Antología del pensamiento anarquista contemporáneo, (La Plata: Utopía Libertaria, 2005), 142
[17]
Carlos Fazio, Estado de emergencia. De la
guerra de Calderón a la guerra de Peña nieto, (México: Editorial Grijalbo,
2016), 40-43.
[18]
Jacobo Silva, Los rasgos esenciales del
Estado, (Chilpancingo: UAGro, 2017), 99-107 y 144-157.
[19] Artículos
71, 72 y 73 de la Constitución de la República del Ecuador, <http://www.oas.org/juridico/pdfs/mesicic4_ecu_const.pdf>,
(Fecha de la consulta: 19 de julio de 2017).